La educación como ficción

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Una de las anécdotas que recoge el vilipendiado libro Pueblo Enfermo (1909), del intelectual boliviano Alcides Arguedas, refiere un discurso del entonces ministro de Instrucción Pública, hoy conocido como Ministerio de Educación; en el cual la autoridad de gobierno señalaba exhaustivamente que, a inicios del siglo XX, el analfabetismo había sido erradicado de Bolivia, y que nuestra sociedad y futuro bien podrían compararse con la vieja Europa.

Hoy, que estamos a punto de iniciar un nuevo año escolar, seguramente se escucharan enarbolados discursos en torno a la transformación educativa, la innovación y revolucionaria forma en la que las jóvenes mentes de todos los niveles, inclusive universitario, se preparan para un futuro promisorio. No obstante, y enlazando la anécdota Arguediana con la realidad que acontece, bien se puede señalar aun tres analfabetismos no erradicados aun de nuestra idiosincrasia nacional.

En primer término, el analfabetismo lingüístico, que al tiempo que corre, debería ser propio y exigible hablar el idioma del comercio mundial y de la ciencia – el inglés – al momento de salir bachiller. Sumado al hecho de que, por intereses geográficos y financieros, Bolivia tiene una vasta frontera con el Brasil, por lo que debería ser natural que nuestros conciudadanos sepan “falar e escrever português” en aras de una complementación cultural y económica en la región.

En segundo término, el analfabetismo informático, que hace mella en los ciudadanos que siguen pregonando la gastada excusa de que “no le entienden a la máquina”, o que no son parte de la generación digital por lo que prefieren mantenerse al margen antes de empreñarse en comprender el fenómeno online, pero no solo ellos, inclusive la denominada generación centennial, que debería ser la más involucrada en procurar la utilidad de las herramientas digitales en pro de una formación plena, suele quedarse en la parte lúdica de era digital, concretamente en las redes sociales y su efecto idiotizador.

Como tercer analfabetismo identificado, se señala aquel que encierra al pensamiento crítico, ya que nuestra sociedad se va volviendo más apática hacia el uso de estándares intelectuales, comprensión lógica y razonamiento validado, prefiriendo la opinión infundada, el comentario morboso o el retruécano del momento. Es por ello por lo que, al abundar múltiples canales de información, se satura al individuo promedio, llegando a una situación de infoxicación – disponibilidad ingente de información sobre un tema que hace dificultoso su análisis y procesamiento – provocando una sociedad masa, que suele reaccionar emocional, antes que racionalmente.

No es que por ser personas, ya sepamos pensar críticamente, solamente porque algo no es de nuestro agrado o parecer, sino que esa criticidad ha de construirse, ha de soliviantarse y sobre todo, proyectarse en el cambio de conductas irreflexivas, como la quema de edificios, la defensa fanática de postulados politiqueros, creando opciones, para disentir, pensar diferente y generar efectivos cambios.

Es cierto, que se debe poseer una saludable dosis de esperanza, mucho más si de ella vivimos hace mucho como sociedad, esperando mejores días para nuestro país y las generaciones que vienen, no obstante, cada año, se hace más notoria la improvisación en el área educativa, la cual ya sufrió en extremo, por la crisis del Covid-19; suspensión del año escolar y la desorganización de las denominadas clases virtuales. Ahora con la idea de reformar los contenidos curriculares se quiere cambiar de la noche a la mañana la forma en la que se educará en primaria y secundaria, cuando no se tiene capacitado al educador, es decir al maestro o docente que deberá ejecutar lo proyectado y programado por el Ministerio de Educación.

Por ello no es tranquilizadora la discursiva oficialista que promueve reformas sin planificación y conciencia de lo que representa la educación en la vida de una persona, que entre otras cosas debe liberar al ser humano de yugos y adoctrinamientos heredándole el derecho a pensar por sí mismo, producto escaso hoy en día. Por último, y no menos relevante, la deliberación sobre la educación no debería ceñirse únicamente a lo que nos falta en términos generales y en concreto en la llamada educación formal de bachillerato, sino también, en el seno de la familia, el ámbito universitario, el postgradual, sin embargo, este espacio no sería suficiente para merecido razonamiento. Por lo pronto vale la pena recordar que la ficción puede llegar a alcanzar dimensiones insospechadas, tal como lo señalo el fascinante escritor argentino Jorge Luis Borges: “fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real”.

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