Las aves, por ejemplo, limitan el número de huevos, o incluso dejan de aparearse, en épocas de escasez. Concentran todos sus esfuerzos en mantenerse vivas hasta que los tiempos mejoran. En cambio los seres humanos tienen la esperanza de meter su alma en otro, de crear una nueva versión de sí mismos y vivir así eternamente.
«Oryx y Crake» (2003), Margaret Atwood
Cuando pensamos en el término economía, solemos asociarlo –como palabra –inmediatamente con cifras y números, lo cual no representa sino la aplicación de la misma, puesto que como disciplina científica la misma se encuentra dentro de las ciencias sociales ya que la economía observa, interpreta y analiza la conducta del ser humano pero ¿en torno a qué? Pues el alma de esta área del conocimiento humano, es la escasez y cómo reaccionamos ante ella.
Se conoce que la antigüedad griega ya contemplaba el oikonomein –la administración del hogar –sin embargo, no como parte central del pensamiento del ciudadano, del sujeto racional que se ocupa de la vida pública, es decir, de la política; sino más bien como algo sin trascendencia, ligado a la vida particular. Pero, es la preocupación de la polis, del surgimiento de lo que será el Estado, lo que conllevaría el nacimiento del pensamiento económico, la carencia explicativa acerca de las necesidades públicas. En términos de Bobbio, diríamos que la dicotomía entre lo público y privado[1] son meras divisiones didácticas en el ámbito de la economía, pues aunque no se hayan dedicado extensas reflexiones sobre su importancia, en el inicio de la filosofía, al hablar de la res pública, implícitamente ya estamos en el terreno de la economía; de la insuficiencia en términos de recursos, pues sino ¿quién asume las responsabilidades estatales de suministrar lo necesario para el bienestar común? ¿En qué se basa la confianza o peso específico de tal o cual nación si no podemos medirlo en un porcentaje, dato o indicador? Necesariamente debemos recurrir al conocimiento económico para intentar dilucidar cualquiera de las cuestionantes planteadas. Por ello, es que se daría un tránsito de lo privado a lo público, siendo en el área económica donde las fuerzas materiales se encuentran con las espirituales –vinculadas éstas a la política y la filosofía –fusionándose en un solo fenómeno.
De este modo, la naturaleza del ser humano, la carestía omnipresente en toda circunstancia y lugar, harían de la escasez moneda corriente en cada una de nuestras relaciones. Más aun, en un mundo consumista con paradigmas como la obsolescencia programada que terminó siendo una solución coyuntural a un problema estructural: la generación de movimiento económico que haga sostenible el circuito de oferta y demanda, lo que se busca es la forma de concebir al mismo individuo en un entorno de satisfactores apropiados que hagan de su vida una armónica existencia, en vez de una carencia perenne.
Es por ello que debe ser prioritario el establecer una escala de satisfactores ante las necesidades humanas, así como lo intentó el notable economista chileno Max Neef[2], determinando por satisfactores a las formas de ser, tener, hacer y estar, de carácter individual y colectivo, conducentes a la actualización de necesidades; sin embargo, ¿es suficiente con ello? Por supuesto que no, porque la vida misma no es netamente económica; por más que sea útil y analíticamente más favorable estudiar por separado cualquier fenómeno de índole económica, éste subsiste y coexiste con otros, uno de los cuales innegablemente se inscribe con primacía en la vida de los seres humanos: la política. Por ello, cualquier teoría o propuesta de comprensión sobre la escasez deberá contemplar una sinergia entre factores necesarios y relativos, me explico: la economía necesariamente debe explicarse a la par de la política y no alejada de ella, pues, ¿Cómo abordar el problema de la escasez sin tomar en cuenta las decisiones políticas en torno a ella?; del mismo modo, la economía es relativa a los fenómenos sociológico-culturales, puesto que la escasez no podría ser explicada del mismo modo en un entorno socialmente axiologizado por una tendencia religiosa protestante[3], como tampoco podrían verse los efectos de una decisión económica asistencialista en una sociedad culturalmente tendiente al emprendedurismo. De este modo la escasez, en economía, es la punta de iceberg para iniciar el recorrido que implica la intención de comprenderla partiendo del factor necesario –la política –y los factores relativos –los sociológico-culturales.
Buscando certezas en las alegorías
Del mismo modo en el que la política se diluye en sendos discursos que hacen de su análisis un torrente de verborrea muchas veces confusa o llena de cuestionamientos filosóficos, la economía en su esencia suele observarse como un oasis de certezas, influida toda ella por el hálito numérico, estadístico y cerrado en torno a indicadores que reducen los problemas sociales a datos ponderables que son en suma la forma en la que los seres humanos procuramos explicarnos el fenómenos de nuestra existencia en común.
Un ejemplo por demás esclarecedor es la figura del subastador walrasiano[4], una entidad nacida de la interpretación del matemático y economista francés León Walras, quien a través de su obra la teoría del equilibrio general walrasiano profundiza la afamada Ley de Say[5]. A partir de la asunción de que esto es un principio cuasi irrefutable, este enfoque toma la forma de un conjunto de modelos integrados que siguen reglas precisas. De esta forma, se pretendió orientar la política económica de distintos gobiernos o realidades sociales, derivado de la microeconomía de mercados perfectos e imperfectos, de la macroeconomía con fundamentos microeconómicos, teoría del crecimiento y otros.
Es precisamente su alto grado de matematización el que le infunde a la economía un espíritu de ciencia social dura, permitiendo a la misma establecer nuevas teorías generales[6] con la pretensión de crear un punto de partida para la unificación del análisis económico. De este modo, incluso se llegan a aplicar otros métodos capaces de explicar creativamente el fenómeno económico, verbigracia, la teoría de juegos.
No obstante, como toda alegoría, parábola o mito, tiene limitaciones e interpelaciones, en este caso, el creer que el subastador walrasiano por sí solo, soluciona y contempla todo, nos muestra su principal falencia, puesto que esta teoría solamente toma en cuenta a los agentes que participan en el mercado en sentido de productores y consumidores, excluyendo a todos aquellos que no ingresan en él; como se ve todo paradigma es cuestionable más allá de su utilidad práctica o analítica-racional.
Por otro lado, la escasez no solamente es comprendida unívocamente perteneciente al ámbito económico, y más allá de la mano invisible del mercado[7] o el subastador walrasiano, la economía tendrá siempre un abordaje referido al factor sociológico cultural, como se había establecido líneas arriba, por ello es que se puede establecer que, hoy más que ayer, se estima con mucha confianza la capacidad de respuesta de la ciencia aplicada en tecnología para combatir cualquier escasez y abordar la misma como un fenómeno artificial directamente relacionado con las condiciones de la persona-sociedad que percibe este tipo de insuficiencia partiendo del supuesto de que los recursos o bienes son limitados, no obstante, con ese enamoramiento esperanzador hacia las oportunidades de la ciencias aplicadas que el mundo globalizado pone a nuestra disposición.
Por último, el factor político como intrínseco a la escasez en el ámbito económico, debe ser el catalizador de equilibrio para que las necesidades no sean planteadas como ilimitadas, pues la subjetividad personal influirá decisivamente en todo análisis que quiera certificar una apreciación válida en torno a la conducta humana. Crear un escenario viable para ello, sin demeritar lo especulativo de la política o sin reducir a meros datos a la economía, será el puntal de comprensión real y efectiva de la escasez, para así modificar la perspectiva desde la que valoramos un presupuesto mental antes que fáctico, pues la economía es la otra faceta de la decisión, es decir, de la política.
[1] Un necesario análisis al respecto, se encuentra en Estado, Gobierno y Sociedad (1989), donde la dicotomía entre lo privado y lo público se subsume en la generación del orbe privado a partir del público, siendo en realidad ambos ámbitos uno solo; más allá de la típica connotación positiva que se da a lo privado y negativa que implica el carácter público.
[2] Sus obras más destacadas son dos tesis que denominó La economía descalza (1982) y Desarrollo a escala humana (1986), las que definen una matriz que abarca nueve necesidades humanas básicas: subsistencia, protección, afecto, comprensión o entendimiento, participación, creación, recreo u ocio, identidad y libertad; además propone una décima necesidad, pero que prefiere mantener separada de las anteriores: la trascendencia. Todas ellas hacen hincapié en la importancia de los esfuerzos humanos pequeños y apasionados. Max-Neef además postula que no existe correlación alguna entre el grado de desarrollo económico (industrial) y la felicidad relativa de las personas implicadas; al contrario, el desarrollo económico parece aumentar la soledad y la alienación en las sociedades desarrolladas.
[3] Para ello es imprescindible recurrir a la interpretación realizada por Max Weber en su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905), donde se establecen compatibilidades de caracteres en torno a la práctica religiosa protestante y el desarrollo del capitalismo como modelo económico.
[4] Esta concepción representa el paradigma neoclásico de la ciencia económica desde 1874, y es en suma un modelo de equilibrio general.
[5] En economía clásica, la Ley de Say indica que es la oferta la que crea a la demanda, por lo que no puede existir una demanda sin haber oferta. De este modo, existiría una dependencia directamente proporcional.
[6] Por ejemplo, la teoría ricardiana, que fue el primer modelo usado en economía, el cual trataba de explicar cómo se distribuían los ingresos en la sociedad; o la teoría keynesiana, que se basa en la idea fundamental de que la intervención del gobierno puede estabilizar la economía, aumentando los niveles de empleo y producción, principalmente mediante el aumento del gasto público en períodos de desempleo.
[7] Metáfora que representa la teoría propuesta por Adam Smith, la cual establece que una economía de mercado alcanza bienestar social máximo mientras se busque el interés personal, favoreciendo la libre competencia como uno de sus pilares doctrinarios básicos. La alegoría fue propuesta por vez primera en su obra Teoría de los Sentimientos Morales (1759).