El nuevo Príncipe

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De las muchas enseñanzas que podemos extraer de la obra maquiavélica, hay una referida al poder que viene muy a tono con nuestro ambiente pre-electoral; precisamente a partir de un exitoso estratega político norteamericano, Richard Samuel “Dick” Morris que restituyó y actualizó el genio político del escritor florentino a través de su obra titulada El Nuevo Príncipe. A través de su libro, Morris condensó la experiencia asimilada en el asesoramiento de grandes figuras de la política internacional como ser del ex presidente norteamericano Bill Clinton, además de ayudar a muchos funcionarios públicos de su país a obtener sus cargos. De esta forma, en el espíritu de El Príncipe renacentista, el moderno sería equivalente al confidente y consejero del jefe de Estado, pero con una sustancial diferencia, como lo dice el manual de Morris, donde figuran las reglas esenciales
para los interesados en tener éxito y ganar, cuando se busca transitar por los corredores del poder contemporáneo con conocimiento y no a la corazonada o al tinkazo como se dice en nuestra Bolivia occidental.
En El Nuevo Príncipe, Morris aconseja adoptar el idealismo porque funciona según él. Aconseja a los políticos, a los grupos de defensa, a los líderes empresarios y a los ciudadanos cómo promover sus causas con eficacia, cómo estar en campaña permanente; reflexiona en profundidad sobre el carácter de las figuras políticas más destacadas de nuestro tiempo y delinea lo que, en su opinión, será la agenda
política de este nuevo siglo. Y como mensaje trascendente debemos rescatar lo siguiente: la transición del éxito político a partir de la hegemonía de una persona; llámese príncipe o gobernante; a la conquista del poder a partir de un grupo articulado, de una porción de la sociedad denominada partido político.
Ya en nuestro contexto, siendo que de candidaturas se trata, las opciones se auto- presentan como las respuestas a nuestras ansias de un cambio democráticamente establecido en la Constitución Política del Estado o de un continuismo anclado en especulaciones y pretensiones jurídicas no constitucionales. En líneas argumentales maquiavélicas podría decirse: El poder exige sumisión, por ende, la
arrogancia es indicio de una derrota inminente. Piense el lector que muchas de las alocuciones planteadas en estos días rondan los fantasioso y lo esperado en el lirismo político criollo, concentrándose sobre todo en figuras caudillescas, tanto del pasado como del presente. No existe una construcción partidaria, mucho menos agrupación ciudadana o pueblo indígena originario campesino, que aglutine un
proyecto serio que represente la voluntad política de lo que fuimos como país y de lo que queremos ser como Estado Plurinacional en este siglo XXI. No se crea que el instrumento político en función de gobierno esgrime ese reto, ya que los límites institucionales no se conciben en el MAS, mucho menos la práctica democrática y
dialógica de un partido, baste decir que nunca se reconocieron como partido sino más bien como un instrumento político para la soberanía de los pueblos; concepto amorfo de esas masas necesitadas del idealismo que sugiere Morris, sin embargo ideas sin contenido integrador o consolidador de un único proyecto de país. Se
construyó una romántica visión de un pasado indígena de ensoñación que entró en conflicto con el proyecto republicano del país, que de un tiempo a esta parte va polarizando a Bolivia, esperemos que no con resultados críticos al estilo Venezuela.
Sin embargo, debe considerarse que la construcción de un proyecto político serio parte del sinceramiento de voluntades y planteamientos sobre los problemas que aquejan la economía, la fragmentación social, la inseguridad pública y la injusticia que se reclama como justicia basada en leyes que más que procurar una armonía social tienden a justificar al poder público antes que limitarlo en pro de su ciudadanía. Debemos comprender que quien ejerce el poder sólo lo alcanzará
totalmente cuando se someta a los principios del poder que se basan en el otorgamiento del mismo por los demás. Es decir, en el respeto a la voluntad soberana.
No obstante y en la línea de razonamiento maquiavélica no debemos olvidar que los hombres son tan simples y unidos a la necesidad, que siempre el que quiera engañar encontrará a quien le permita ser engañado; para lo cual basta una muestra, en la pasada elección de altas autoridades del Órgano Judicial, los candidatos prometían tareas que no les competían; del mismo modo, ahora no se vislumbra que se mencionen tópicos de resolución urgente como la subvención a
los hidrocarburos, el excesivo asistencialismo en bonos que ponen un parche a problemas estructurales, la escasa motivación a la inversión y emprendedurismo, el derroche excesivo en obras sinsentido (Casa Grande del Pueblo, Museo del presidente, Aeropuerto en Chimoré, entre otros). Falta entonces, un nuevo príncipe por construir, un proyecto colectivo que unifique y no divida; de parte de nosotros los ciudadanos, una toma de conciencia para no ser parte de un engaño
discursivo como en cualquier otra elección. Esta no debe ser una elección más.

¿Existen otros príncipes además del perfilado por el notable Maquiavelo?

La evolución y mutación de lo que fue el impacto de la obra de El Príncipe en el quehacer político va más allá de ser un libro referencial sino una perspectiva de reflexión inagotable para preguntarnos reiteradamente ¿qué significa gobernar?

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