La polarización política ha emergido como uno de los fenómenos más desafiantes para las democracias contemporáneas. En el contexto boliviano, la proximidad de las elecciones presidenciales de 2025 se enmarca en una dinámica polarizante que amenaza con profundizar las divisiones sociales, étnicas y regionales.
La polarización política se refiere a la división extrema de las opiniones y posturas ideológicas dentro de una sociedad. Seymour Martin Lipset (1960) destacó que “una democracia estable depende de un nivel moderado de tensión y conflicto, pero cuando estas tensiones alcanzan niveles extremos, amenazan la estabilidad institucional”. En Bolivia, estas tensiones no son nuevas, pero han adquirido una intensidad particular en el siglo XXI, exacerbadas por el protagonismo de los movimientos indígenas, el auge de nuevos pseudo liderazgos políticos y el acceso desigual al poder económico y político.
Según el politólogo Juan Linz (1978), los sistemas democráticos enfrentan serios riesgos cuando las élites políticas no logran negociar y establecer pactos mínimos. En Bolivia, la polarización entre el Movimiento al Socialismo (MAS) y la oposición ha generado un ambiente de confrontación constante, donde el diálogo ha sido reemplazado por estrategias de deslegitimación mutua. Las narrativas políticas predominantes han dejado de buscar consensos, privilegiando un discurso maniqueo que categoriza a los actores como aliados o enemigos.
El año 2025 no solo representa una contienda electoral más, sino también un momento simbólico: el bicentenario de la independencia boliviana. Este contexto otorga a las elecciones un carácter trascendental, donde los discursos sobre identidad nacional, inclusión y desarrollo económico adquieren un nuevo protagonismo. Sin embargo, la polarización amenaza con convertir este hito histórico en un campo de batalla ideológico, alejando la posibilidad de debates sustantivos sobre los retos estructurales del país.
El sociólogo y politólogo boliviano Fernando Mayorga recurrentemente ha subrayado que “Bolivia es un país de pluralidades en permanente tensión, y su fortaleza reside en la capacidad de integrar estas diferencias en un proyecto común”. Sin embargo, la realidad política actual refleja una fragmentación que dificulta esa integración. Los partidos políticos han priorizado estrategias de movilización basadas en la confrontación, dejando de lado la construcción de propuestas inclusivas y sostenibles. No menos han hecho las nuevas versiones de representación política: agrupaciones ciudadanas y pueblos indígena originario campesinos, por lo que la ciudadanía carece de representación legítima, viable y potenciadora de transformación real de cara al 2025.
En este contexto, resulta pertinente rescatar el pensamiento de Aristóteles, quien en su obra Política (330 a.C.) afirmaba que “la ciudad es una comunidad que existe para alcanzar el bien común”. La visión aristotélica subraya la importancia de la unidad como fundamento para enfrentar los retos colectivos. Aplicado al contexto boliviano, esto implica reconocer la diversidad étnica, cultural y regional del país como una fortaleza, y no como una fuente de conflicto.
La unidad también requiere de una conciencia ciudadana que trascienda las lealtades partidarias. La politóloga Chantal Mouffe (2000) sostiene que “la democracia no es la ausencia de conflicto, sino la capacidad de canalizarlo dentro de un marco pluralista”. Este enfoque es especialmente relevante para Bolivia, donde la polarización ha llevado a una percepción negativa del disenso, en lugar de considerarlo un motor para el desarrollo democrático.
El bicentenario de Bolivia ofrece una oportunidad única para reflexionar sobre los logros y desafíos acumulados a lo largo de su historia republicana. Entre los retos más urgentes destacan la consolidación de un sistema político inclusivo, la reducción de las desigualdades sociales y la promoción de una economía sostenible, de la mano de una reforma político-legal sobre el diseño estatal boliviano.
En este sentido, el conocimiento juega un papel crucial como emblema de libertad. Como afirmó Immanuel Kant en su ensayo ¿Qué es la Ilustración? (1784), “La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad, de la que él mismo es culpable”. La educación y el acceso al conocimiento permiten a los ciudadanos ejercer su libertad de manera plena, cuestionando las narrativas polarizantes y participando activamente en la construcción de un futuro común.
La polarización política en Bolivia representa un desafío significativo para las elecciones de 2025 y los preparativos del bicentenario. Superar esta dinámica requiere de una unidad basada en el reconocimiento de la diversidad y de una conciencia ciudadana que valore el conocimiento como herramienta de emancipación. Solo así se podrá enfrentar los retos del futuro y garantizar un sistema político que promueva el bien común.
Como expresó el filósofo John Stuart Mill (1859), “la libertad de un individuo debe ser así de inviolable como su dignidad”. En este espíritu, el camino hacia el bicentenario debe estar guiado por el respeto a la libertad y la dignidad de todos los bolivianos, cimentando una democracia donde las diferencias sean motivo de enriquecimiento y no de división. La pregunta es ¿asumiremos el reto de hacerlo?