A propósito de la enfermedad pandémica que arrasa el planeta, se ha venido realizando, implícitamente, y conforme la aquiescencia de ciertos comunicados emitidos por el Ministerio de Educación, clases virtuales a través de distintas plataformas de encuentro virtual o videoconferencias. Parece que, conforme la emergencia sanitaria que atravesamos como sociedad, fuera la solución alternativa ante la posibilidad de perder el año y el avance curricular planificado; y no solamente en el nivel primario y secundario, sino también en el nivel universitario, donde cada cursante de las distintas carreras procura hacerse con un proyecto de vida a partir de la solidificación de conocimientos y experiencias estimulantes dentro del quehacer educativo.
Cabe recalcar que la educación en Bolivia, no es la que requerimos ni es la opción liberadora de mentes que debería ser, por el contrario, se halla inserta en la lógica de reproducción del hombre-mujer masa, que no hace otra cosa que aparentar; colgándose al cuello titulillos y marcas distintivas que fingen un academicismo nada real. Prueba de lo afirmado la encontramos en el espectro de licenciados con cartones universitarios que no saben escribir, analizar, argumentar o presentar un proyecto si no es a partir de una mímesis derivada de la navegación por internet, y así sin desparpajo afirmar que tal o cual producto ha emergido de su poco trabajado intelecto.
Para justificar un poco a los educandos, hay que aceptar que el sistema se encuentra carcomido desde dentro, prácticamente desde inicios de la república y que los preclaros hombres que esta patria boliviana proveyó, fueron forjados a fuego y esfuerzo propio o circunstancias propias familiares, algo así como el don innato de la búsqueda sin sosiego que marcan a cierto individuos no importa en qué latitud del planeta hayan nacido.
De este modo, ya llevamos aproximadamente dos semanas, contemplando las peripecias estudiantiles en torno a comprender una clase vía internet –en el caso de que cuente establemente con este servicio –junto a la escasa didáctica docente para generar en el estudiantado la chispa del conocimiento que haga del proceso educativo algo valioso en sus vidas. Por ello hay que reconocer tres concretas falencias al respecto: a) la institucional-estatal; b) la personal-estudiantil y c) la cultural-social.
En Primer lugar, la falencia institucional-estatal responde al escaso tecnicismo de nuestras autoridades educativas, es más, la mayoría de ellos al haber sido formados en el viciado sistema, reproduce el mismo si plantearse retos esenciales, como ejemplo menciono la existencia del Viceministerio de Ciencia y Tecnología, dependiente del Ministerio de Educación y que ante el inminente peligro viral no propuso ni planteó soluciones alternativas efectivas para que los niños y estudiante en general, no sufran la abrupta irrupción de sus clases. Los gobiernos bolivianos se acostumbraron a instrumentalizar la educación y no verla como el medio vital de transformación social.
El segundo tipo de falencia responde a las condiciones de los estudiantes que se hallan inmersos en esta cultura tecnologizante en forma, pero vacía de contenidos cardinales que los hagan protagonistas de su propio crecimiento intelectual; por ello, se encuentran la mayoría de los estudiantes, en un plano de conformismo y apatía hacía la participación activa, con muy escasas excepciones claro está. Al respecto, es notable el cansancio de gran parte de los padres para apadrinan el esfuerzo de aprendizaje online que realizan sus hijos, pues deben corroborar lo que sus maestros van desarrollando y ya en el plano universitario, las excusas no faltaran para no hacer lo debido, ante el casi nulo control hacía este sector estudiantil.
Por último, la falencia cultural-social, representa la moralidad educativa que poseemos como grupo humano, el mismo que no es de los más altos en cuanto a disciplina o comprensión de qué significa la educación en la vida de un ser humano. En Bolivia, la sociedad observa a la educación como un requisito para acceder a mejoras económicas, no como un disfrute de la mente y el espíritu, por ello es que nos conformamos con pasar de curso, pasar el parcial, la materia o lo que fuera. Es tan difícil encontrar curiosidad en nuestra sociedad, que se convierte en un estímulo imprescindible si quisieras superar este desatino. Nuestra cultura es más folklore que sustancia, sin desmerecer lo pintoresco y tradicional de esta manifestación popular, claro está.
Para finalizar, quiero recurrir al notable escritor y educador mexicano, Pablo Boullosa quien esgrimió la idea de establecer una especie de juramento docente a semejanza de la Declaración de Ginebra o del Juramento Hipocrático de los médicos, para señalar lo siguiente “…en el ejercicio de mi profesión consideraré, antes que nada, la educación de mis alumnos, no le antepondré ni los intereses de mis jefes, ni los de las autoridades educativas ni los de mi sindicato, ni los de mi iglesia, ni ningún otro”. Junto a este compromiso, se debe considerar un equilibrio entre la responsabilidad docente y el paidocentrismo, si queremos dejar de improvisar y hacer de la educación algo más que un requisito formal. Aún falta mucho para llamar educación a lo que tenemos, mientras tanto seguirá siendo instrucción.