La humanidad tiene una tradición agrícola muy marcada, lo que hace que algunas civilizaciones destaquen sobre otras en torno a cómo abordaron problemas como la escasez de agua, la época de plagas u otras que desafiaban el hacer diario de los individuos dedicados a ese menester. A partir de ello existe una actividad peculiar denominada trilla que consiste en la separación del trigo de la paja, o lo que es lo mismo, distinguir entre lo útil y lo descartable, al menos para el consumo humano. Ahora bien, ¿cómo poder separar el trigo de la paja en términos de la coyuntura política boliviana?
Hay que considerar dos constantes en las situaciones electorales que le ha tocado vivir al país: a) La pintoresca y burda forma de llevar adelante una campaña por parte de los presidenciables y sus acólitos postulantes a legisladores y b) La extrema concentración de los medios masivos de comunicación en los “datos estadísticos” que se generan a partir de consultas hechas por una u otra empresa dedicada a este tipo de estudios.
Considerando la primera constante, la misma podría remontarse a la época de finales del siglo XIX donde el ciudadano que quería hacer política concentraba sus esfuerzos en convencer al círculo de hombres “influyentes de su época”, los cuales en razón de su visibilidad social o su poder económico conformaban parte de los gobiernos por venir, sin más propuesta que la billetera forrada de ingresos que querían mantener a costa del erario público. Ya en el escenario del conflicto bélico contra el Paraguay, se cernió un grupo de intelectuales prohijados por las vicisitudes de nuestro país que hizo de ellos unos críticos y proactivos sujetos que marcaron agenda en la conformación de bloques políticos que a la postre formarían los gobiernos de la post-revolución boliviana, sin embargo, esa fugacidad de discusión de ideas y propuesta, que fue sobre todo generacional, decayó a medida que terminaba el siglo XX llegando al estado de situación en la que la farandulización de la política llega extremos de verse como un show de la más rancia estirpe. Un ejemplo de ello y representación de la destartalada macro-política nacional que vivimos, se encuentra en las elecciones para autoridades de las universidades públicas, donde se instalan toros mecánicos, se pintan las uñas de las chicas o se pasan sendos homenajes a dios Baco, con tal de ganar la preferencia universitaria.
El otro problema, aparentemente validador de la preferencia electoral de los ciudadanos, las encuestas, marean al boliviano de a pie, haciendo que se sienta más apático aún, acerca de las justas electorales, ya sea que estas diriman “el destino del país” o que sean de mero trámite (situación no muy frecuente en Bolivia). Y es que los jóvenes votantes e incluso los que ya llevan tres o cuatros elecciones presidenciales encima, poco saben de qué es o en qué consiste la democracia, la misma que no empieza ni termina en las urnas. En ese sentido, los medios masivos procuran marcar una tendencia que parezca creíble, por medio del uso de la estadística, invisibilizando o dejando para nunca la parte formativa del ciudadano, el generarle preguntas que lo hagan más responsable ante un proceso electoral. Porque una estadística no te dice quien tiene el mejor perfil para gobernar, o si el postulante político está consciente, como candidato, de lo que la crisis significa, aunque hable en extremo de ella. Se monta entonces, un circo de números que van y vienen en donde hasta agoreros y nigromantes participan con una validez popular que esta entre lo risible y preocupante, dadas las condiciones de nuestra sociedad.
La política debe ser otra cosa ¿no creen? Necesariamente debe haber un trasfondo que la haga digna o por menos cuestionable en medio de tanta parafernalia mediática o superflua realidad social. Al menos desde la criticidad de un ciudadano que reflexiona o que siente curiosidad por la fauna política nacional, no creo que se trate de quien usa o no gorra, o si alguien parece joven o si es un dinosaurio político, o si se dedica a limosnear. Se debe considerar que la política es pensamiento y acción que se contrasta para extraer la mejor versión posible de una realidad que todavía no poseemos pero que algunos anhelamos. Por ello, separar el trigo de la paja política es responsabilidad de todos los convocados a votar, a ser parte de la realidad nacional, como ciudadanos y no como borregos o militantes enceguecidos por una pega, un contacto en un viceministerio o el acceso a contratos favorecidos por la volubilidad de los politiqueros de turno.