Ahora que ya tenemos candidatos

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El factor decisivo en un proceso electoral no suele ser la propuesta programática o la tendencia ideológica del partido político, agrupación ciudadana o pueblo indígena originario campesino; al menos no en Bolivia, puesto que la cultura política y de la legalidad es incipiente, el ciudadano comprometido suele enfrentarse ante el reto de responderse ¿qué se espera de un candidato? o tal vez en un plano comparativo, ¿qué hace a un candidato más apreciable que otro?

No es sencillo ni mucho menos encontrar una satisfactoria respuesta ante estas disquisiciones; no obstante, existen 3 observaciones imprescindibles a la hora de valorar a uno u otro postulante a un cargo electo: a) la “experiencia política” del sujeto en cuestión. En este sentido, se entiende que mientras más experimentado sea el aspirante a un cargo, más conoce y sabe cómo moverse en las arenas siempre movedizas de la política nacional; sin embargo, demasiada experiencia, hace desconfiar hasta el más ingenuo de los ciudadanos y puede aproximarnos a rechazarlo, especialmente si este aspirante a político estuvo en una alianza anterior y ahora juega con otra camiseta, con la sempiterna sonrisa de siempre; suele ser perdonado, dadas las posibilidades democráticas que siempre salen a flote cuando uno defiende su opción política.

La segunda observación gira en torno a b) la posibilidad de hacerse conocido y “llegar a las bases”, caminando las calles de su ciudad, tarea de obligación recurrente si el postulante es candidato uninominal; o cuando menos haciéndose notorio en medios masivos, incluyendo las indolentes redes sociales. De este modo, el desafío esta en saturar con la imagen del candidato todo escenario público posible, lo cual conlleva realizar intromisiones hasta en festividades socioculturales, como el carnaval, homilías de misas católicas, sermones de cultos dominicales, la cuaresma o cualquier manifestación donde pueda llegarse al pueblo; el asunto es darse ese baño de popularidad para sintonizar con el ciudadano de a pie.

Escoger al candidato adecuado no suele ser tarea fácil, y en muchos casos es la emocionalidad la brújula de nuestras decisiones. 

Por último, la observación crucial en torno a un candidato radica en c) su comprensión de la realidad nacional y las necesidades de la variopinta sociedad, es decir, que sepa lo que se requiere más allá del gusto o interés sectorial que quiera posicionarse como el oficial ante la coyuntura nacional. Esta característica es un tanto más difícil de observar y calificar en el espectro político, dado que las ideas más simpáticas o novedosas suelen ganar adeptos sin que medie en ello la racionalidad necesaria. Esto provoca que los políticos bajen en calidad y se conviertan en politiqueros, fariseos del servicio público y apóstatas de la política tornándose ellos en moldeables figuras en torno al gusto o capricho de aclamaciones, tarimas improvisadas o demagógicas promesas de un mejor Estado. Si algo me tare popularidad, ¿qué importa lo ilógico o descabellado? suelen razonar estos falsarios de la política.

Hay que decir que hay mucho de reciclado en los actuales candidatos, excesiva improvisación, elitismo en algunos frentes nacidos de promesas cabilderas y representaciones cívicas y sobre todo, ausencia de representatividad en todos los niveles; ya que el anterior oficialismo y el actual aun juegan al cálculo de mayorías en la Asamblea Legislativa Plurinacional o a posibles coaliciones legislativas en caso de no lograr más del 51% en las próximas elecciones. Como sea, ahora que ya tenemos candidatos, se puede afirmar que la institucionalidad electoral obedeció más al principio de legalidad que al favoritismo politiquero y aun así se anuncian batallas discursivas, ideológicas y de manifestaciones públicas, dejando de lado lo que debería ser la esencia del candidato en cuestión: la propuesta. Claro, la institucionalidad electoral no puede irradiar de sensatez a todos los involucrados en el proceso.

Y es que en un país carnavalero y futbolero, el debate de ideas no suele ser atractivo, antes bien, hay invitaciones a debate, como el de la U.M.S.A., que serán abortados ante el escaso interés de propios y extraños. Entonces, ¿Cómo llegar a conocer mejor a estos aspirantes a legisladores y decisores de la vida pública? Queda la iniciativa voluntaria y responsable del buen ciudadano, haciéndose a sí mismo, edificando lo que la educación no hizo de él y lo que las tradiciones suelen dejar de lado; así como lo afirmaba el notable filósofo Jean-Paul Sartre: el hombre no es más que lo que él hace de sí mismo. Aceptar el reto ante el maremágnum de infoxicación política que corren en nuestros días, es ser valiente, lo demás será excusa.

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