No hay nación perfecta ni institucionalidad que sea por sí misma capaz de asumir los retos que se ciernen sobre su destino, puesto que el imaginario colectivo no es racional por naturaleza. Además, dada la naturaleza egoísta del ser humano, esta fenotípica característica se exacerba aún más cuando no ha existido un desarrollo pleno de autoconsciencia individual, sentido de criticidad y conocimiento histórico de la realidad; lo que nos rodea en exceso en el caso boliviano.
Solamente un dispositivo sirve como freno ante la intempestiva ignorancia y ese suele surgir a partir de prohombres que desafían a sus congéneres y transmiten la noción de construir una identidad nacional, aquella que se proclamaba en los albores de la Revolución Nacional, pero se fue diluyendo a medida que la angurria de ejercer el poder se iba apoderando del temporal gobernante boliviano.
Muchos dirán que es una quimera de sociólogos el pretender esbozar la idea de la identidad nacional, sin embargo, es el sostén de toda sociedad abigarrada que por su origen no sabría manejarse políticamente, pero que se sobrepone a ello y demuestra una hegemonía por demás clara, me refiero, como ejemplo, a EEUU que antes de ajustarse a miedos, conveniencias y clientelismos extremos, maneja la vieja –pero siempre útil– idea del panamericanismo y la doctrina Monroe, que hizo del pluralismo social estadounidense una fortaleza. ¿Qué pasa en nuestro caso respecto a nuestra pluralidad y diversidad?
Bolivia siempre fue variopinta, en su geografía, en su composición social, en sus éxitos e, incluso, en sus innumerables fracasos. Y esa pluralidad al no ser problematizada y abordada como prioridad, sirvió de caldo de cultivo para los rancios politiqueros que ostentamos como clase política; los cuales no ganan elecciones, sino que juegan a seducir al electorado con fantasiosas ideas que están lejos de traernos progreso.
Sumado a ello y producto de la ausencia de nosotros mismos, nos dejamos ganar victorias democráticas, no en las ánforas, sino en el proceso mismo, es decir, mientras no estamos votando poco o nada nos importa de política y el precio de ello es que cualquier hijo de vecino terminará asumiendo la gestión pública como botín de guerra. Asimismo, cualquier desprendimiento será calificado de “sacrificio por Bolivia” procurando méritos para que la población se sienta atraída por esos seres desprendidos de ambiciones políticas.
Lo cierto es que no hay proyectos políticos nacionales, sólo mini-proyectos o dibujos libres regionales que fomentan el caudillismo de sujetos histriónicos que se creen la leyenda antes de haber hecho historia. ¿Quién pierde en todo esto? El yo nacional, aquél del que nadie habla o muy pocos meditan, pues lo que interesa es el lugar, la posición, la conexión alcanzada mediante el trabajo previo de campaña para seguir la ruleta de acomodarse a las circunstancias, especialmente de los sempiternos burócratas que extrañaban a sus antiguas MAE (máxima autoridad ejecutiva) por lo que los fines son lo que los mueven y no el propósito de construir una Bolivia diferente y para todos.
La constante es la autodestrucción como medio de no empoderarnos de nuestro destino y hacernos responsables como ciudadanos, seguimos el continuum del adoctrinamiento en uno u otro sentido, parar perder oportunidades en vez de construirlas; todo por no aprender a pensar por nosotros mismos; tal vez por estar distraídos en tener la mesa servida o por sobrevivir en un planeta que parece engullirte cada día un poco más.
De todas formas, como bien es sabido una elección, cualquiera sea su resultado, oficial o a boca de urnas, no soluciona nada, simplemente reinicia el sistema de intervenciones en el sistema político para volver a medir fuerzas en una nueva confrontación, también política. Y, aun así, se señalarán unos y otros buscando salvar algo de reputación para las elecciones subnacionales, mareando al ciudadano ingenuo para seguir vigentes en la enrarecida sociedad boliviana.
Vale la pena recordar al filósofo rumano Emil Ciorán que señala provocativamente “que la realidad se inscribe en el campo de la insensatez”, por lo que nada debe sorprendernos cuando de política se trata, más bien todo debemos esperar cuando la institucionalidad está resquebrajada, los medios no buscan más que rating y parece que todo es negociable. Así las cosas, las ruindades que vendrán pasarán como la normalidad más tranquila mientras la clase política siga subestimando al electorado.