Ahora yo también tengo poder

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Es difícil definir el por qué el ser humano actúa como actúa, sin embargo, si hay teorías o concepciones que procuran explicar esta situación podríamos recuperar al teórico y contractualista inglés Thomas Hobbes que establecía como estado natural del ser humano la guerra de todos contra todos y que existían tres elementos que eran la causa de la discordia entre los hombres: A) La competencia en procura de algún beneficio, B) La desconfianza en busca de mayor seguridad y C) La gloria para ganar reputación. En las tres situaciones se infiere que contribuyen a la condición previa a la formación del Leviatán

En palabras del presidente del Tribunal Supremo Electoral, Salvador Romero: “Cada silenciosa papeleta que cayó en el ánfora fue más que el mar que brama, cada voto fue un abrazo del reencuentro y más que eso”, que más allá de la retórica insuflada de lirismo nos debe hacer reflexionar sobre las siguientes preguntas surgidas desde la propuesta hobbesiana, contrastante con los tres elementos que originan la discordia, ¿los bolivianos competimos entre nosotros o contra los actores políticos en un proceso electoral?, ¿es la seguridad de un empleo lo que se procura detrás de un apoyo político? Y finalmente ¿se consigue la gloria con la incursión en la vida política o es que nuestra reputación decae mientras más politizados nos hallamos?

Respondiendo a la primera interrogante planteada, como la mayoría ciudadana en Bolivia no poseer una cultura política democrática, los bolivianos, no solemos vislumbrar lo que está en juego, creyendo en un “ellos” y en un “nosotros”, terminando polarizados entre creyentes en una corriente política y detractores de la misma, sin llegar a consolidar una identidad, una alternativa viable al desorden social imperante. De este modo, peleamos entre nosotros sin darnos cuentas que precisamos de propios y extraños para construir la Bolivia que queremos.

Sobre la segunda interrogante, el peguismo, si es que vale un calificativo para denominar a la forma en la que lo bolivianos procuran un sustento para sus familias, acude cuando se ha viralizado el patrimonialismo como cáncer en el cuerpo, es decir, el creer que el Estado es de unos cuantos, y por ello tiene derecho máximo sobre éste, visitando ministerios, haciendo vigilia afuera de la Casa Grande del Pueblo o del Palacio Legislativo para ver qué tajada puede obtener. Pues, tristemente esa es la mentalidad colectiva del boliviano promedio, el prebendalismo, a la hora de cobrar favores políticos no es propio de este nuevo escenario político, sino que es raíz estructural de nuestro medio.

Por último, respecto a la búsqueda de gloria al ostentar un cargo público, mucho más aún si este es de carácter electivo, es decir, que tiene respaldo en el voto ciudadano, hay una sobrada ejemplificación en los recientes electos legisladores, que postean en sus cuentas de Facebook, o de Instagram, fotos suyas levantando sus credenciales, o fotografiando su curul en la Asamblea Legislativa Plurinacional, como si se tratara de a mayor exposición en redes mejor valorado estará como legislador. Muchos de ellos – por no decir la mayoría – apenas si sospecha el para qué de la institución democrática a la que pertenece y su vinculación con el soberano que lo votó.

En definitiva, en tiempos de vanidad virtual, el decir que uno tiene el poder porque llegó al cargo, el demostrar “éxito político” porque ahora es la máxima autoridad ejecutiva de una instancia gubernamental u otra situación similar, no debería servir para enrostrar a la ciudadanía su inició de gestión, sino más bien resultados inherentes a su gestión. La posibilidad de modificar la Constitución Política del Estado, como muestra de lo que se afirmó líneas arriba, es más un anuncio que una realidad trabajada, para encarar la idea de que algo se esta haciendo, de que el aparato estatal se esta moviendo. La gestión pública es muy aparente en estos momentos, y eso solamente cambiará cuando nosotros los ciudadanos seamos protagonistas de nuestra coyuntura, que interpelemos a los aspirantes a políticos y a aquellos que creen que mostrar una selfie de su despacho o anuncios rimbombantes, es hacer gestión.

¿por qué el politiquero quiere hacerse visible a toda costa?

¿qué hace el ciudadano frente a la actitud del politiquero?

La soberbia política no se encuentra solamente en la ignorancia de quienes acceden a puestos de decisión con un hálito de venganza, sino en el propio imaginario colectivo de un país... en nuestro caso configurando un norte que más que realidad es un discurso reiterativo y simplón.

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