Uno de los más grandes escritores de ciencia ficción, la fantasía, el horror y el misterio fue, sin duda, el norteamericano Ray Bradbury (1920-2012), quien nos brindó una literatura por demás apreciable y de la cual podemos recoger enseñanzas y analogías para procurar interpretar nuestra cruda realidad política.
Por ejemplo, en su obra Zen en el arte de escribir (2002) Bradbury resalta una frase por demás apodíctica para nuestra coyuntura: “Todas las mañanas salto de la cama y piso una mina. La mina soy yo. Después de la explosión, me paso el resto del día juntando los pedazos”. La misma, ayudará a comprender que casi toda decisión asumida por una autoridad, político en ciernes o aspirante a figura pública comete: la animosidad autodestructiva, es decir, realizar una acción u omisión que nos lleve a situaciones que quisiéramos no enfrentar, lo cual encarece nuestro yo colectivo, el mismo corpus social boliviano.
Ejemplos sobre esto tenemos a raudales, partiendo del vicepresidente David Choquehuanca dando positivo a covid-19, a pesar de estar protegido por la medicina tradicional y seguir una serie de ritualismos caseros para alcanzar seguridad sanitaria o de llamar a la concertación y a la vez invocar a la ira del Inca. Otro ponderable patrón de esta manía autodestructiva la encontramos en Nelson Cox, quien a pesar de tener un recorrido político “interesante” desde su cargo defensorial en Cochabamba, su postulación a la Alcaldía o haber llegado a ser viceministro de Régimen Interior, incurrió en oprobiosas actitudes al ser hallado ebrio en el ejercicio de sus funciones y hoy se halla fuera del juego político por la designación de un funcionario afín a lo que se denominó murillismo.
Para no agotar estas líneas en ejemplos, usted amable lector sabrá darse cuenta de que cada día descubrimos o reafirmamos la pasión por el error con la que trabajan varios – por no decir todos – los actores políticos que nos rodean, entre casos vinculados a mochilas, drones sobrefacturados, licitaciones sobrevaluadas, venta de cargos, asignación ilegal de tierras, compra/venta de respuestas de exámenes de ingreso a normales, entre las más destacables.
En este punto vale la pena volver a Bradbury con otra afirmación suya: “actuar sin saber te lleva directamente al precipicio”. Puesto que el conocimiento es un bien – a decir de Sócrates – debería ser necesario demostrar la valía de un servidor público o burócrata más allá de los títulos que ostenta, el “recorrido político/sindical” o la afinidad que tenga a lo que se denomina el Pacto de Unidad. Por ello, se debe reconocer que sin conocimiento real no se alcanzará jamás un estado aceptable de gestión pública, un nivel de administración de los intereses nacionales que vayan más allá del discurso de situación. Ese reconocimiento sólo es el primer paso.
Para abordar el segundo paso, debemos recurrir a la imprescindible distopia de Bradbury Fahrenheit 451 (1953), de donde se rescata la frase: “Llénalos de noticias incomprensibles. Sentirán que la información los ahoga, pero se creerán inteligentes. Les parecerá que están pensando, tendrán una sensación de sentimiento sin moverse”. Lo anterior a propósito de la infoxicación (intoxicación de noticias) en la que nos hallamos sumidos, no solamente por la irrupción de las redes sociales sino por la vorágine de formatos que se presentan más tentadores a la viralización que a la transmisión de información fidedigna.
Entonces, después de reconocer que sin conocimiento no se puede avanzar, vale la pena concluir también que sin separar el trigo de la paja caeremos en una burbuja de incertidumbres muy bien maquilladas de noticias, bajo el patrocinio de una línea política u otra. ¿La solución? No es sencilla, pero es viable, actívese y sea el protagonista crítico que Bolivia necesita, no se quede con la especulación o el trending topic de la semana.
Al respecto y muy a tono con el aporte fílmico que nos hizo Adam McKay y las actuaciones certeras de Leonardo DiCaprio Jennifer Lawrence, Meryl Streep entre otros, en su película Don’t Look Up, acudimos en primera fila a un desborde eufemístico de la estupidización en la que cayó la civilización, donde las noticias ya no lo son y cualquier tragedia debe ser azucarada o presentada “más interesantemente”. Por eso, ese protagonismo crítico se hace más que necesario, se hace vital. Allí, Bradbury nos tendría otro consejo: “Un libro, en manos de un vecino, es un arma cargada… ¿Se sabe acaso quién puede ser el blanco de un hombre leído?”
Como corolario, y para concluir como un impajaritable tercer paso, debemos volver a la lectura, a la generación de debate a partir de ideas, no de reacciones, porque seguir en el camino por el que transcurrimos nuestros días, no solamente darán razón a Ray Bradbury, sino que decapitarán de un tajo oportunidades de revertir el daño de conciencia en el que nos encontramos. Ya lo decía Bradbury: “No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe…”