Entre el espectáculo visual y el riesgo autoritario

El 11 de abril de 2025, el gobierno de Luis Arce presentó un documental que expone
supuestos vínculos entre Estados Unidos y el fallido intento de golpe de Estado del 26
de junio de 2024 en Bolivia. La producción, respaldada por más de 300 declaraciones,
acusa a funcionarios estadounidenses –incluida la encargada de negocios Debra
Hevia– de conspirar con militares disidentes como Juan José Zúñiga para
desestabilizar el país. Si bien el material busca reforzar la narrativa oficial, su enfoque
plantea interrogantes sobre el uso político de lo audiovisual y sus implicaciones para la
democracia, un tema que el politólogo italiano Giovanni Sartori analizó en Homo
Videns (1997).


Sartori advirtió que la supremacía de lo visual en la era televisiva transforma al homo
sapiens –ser pensante– en homo videns, sujeto pasivo que consume imágenes sin
capacidad crítica. Este fenómeno se amplifica en el caso boliviano: el documental
gubernamental prioriza testimonios editados, tomas dramáticas de tanques en la Plaza
Murillo y declaraciones de Zúñiga –ya arrestado– para construir una narrativa
maniquea. Como señalaría Sartori, se reduce un evento complejo (un golpe con
ramificaciones internas y externas) a una secuencia visual simplista: “buenos” vs.
“malos”, sin matices.


El riesgo aquí es doble: a) Desplazamiento del debate racional: Al presentar pruebas
mediante un formato emotivo y fragmentado, se elude el análisis riguroso de causas
profundas, como la fractura interna del MAS entre Arce y Evo Morales, o la crisis
económica previa al golpe; y b) Legitimación por espectáculo: La proyección del
documental en actos oficiales con presencia de autoridades convierte la información
en un ritual de lealtad política, no en un insumo para el escrutinio público.

La Hiperpolitización de la realidad
El caso de Zúñiga ilustra otro peligro. Tras su arresto, el excomandante afirmó que el
intento de golpe fue un “autogolpe” orquestado por Arce para ganar apoyo popular. Sin
embargo, el documental omite esta versión y en su lugar muestra extractos de sus
confesiones –presumiblemente obtenidas bajo custodia– que implican a Estados
Unidos. Sartori alertaría sobre este uso instrumental de lo audiovisual: al difundir
selectivamente imágenes del acusado, se crea una “verdad prefabricada” que
condiciona a la opinión pública antes de un juicio justo.


Este enfoque tiene consecuencias concretas: La criminalización sin debido
proceso: Las detenciones de 21 oficiales y civiles –como Aníbal Aguilar Gómez– se
ejecutaron con amplia cobertura mediática, pero persisten dudas sobre la legalidad de
los allanamientos y la preservación de derechos básicos. El efecto amedrentador: Al
vincular a opositores como Evo Morales con la “traición a la patria” mediante
asociaciones visuales, se estigmatiza la disidencia legítima.


En Homo Videns, Sartori sostiene que la política mediática erosiona los partidos y
fomenta el populismo. Al respecto se puede afirmar que Bolivia vive esta paradoja: un
gobierno que denuncia golpismos recurre a métodos cercanos al “lawfare”, utilizando
recursos audiovisuales para sustituir el Estado de Derecho. Al mismo tiempo, los
testimonios en pantalla sustituyen a las pruebas jurídicas; la retórica antiimperialista, al
debate sobre corrupción o inequidad.


Este fenómeno se agrava por dos factores: La Hiperpolitización de la justicia: La
Fiscalía –que investiga a los golpistas– depende del Ejecutivo, lo que socava la
separación de poderes y la Internacionalización del conflicto: Al centrar la culpa en actores extranjeros (CIA, embajada estadounidense), el documental evade la
autocrítica sobre cómo la polarización interna facilitó la crisis.


Finalmente, la iniciativa audiovisual del gobierno boliviano refleja una tensión global:
en tiempos de redes sociales, los Estados combaten la desinformación con más
desinformación. Si bien es válido exponer injerencias externas, hacerlo mediante un
documental unilateral –sin espacios de réplica– reproduce el mismo autoritarismo que
denuncia. Sartori nos recuerda que, sin ciudadanos capaces de interpretar
críticamente los mensajes visuales, la democracia se reduce a un teatro donde las
imágenes sustituyen a los ideales.


En Bolivia, el desafío es doble: investigar el golpe con transparencia y resistir la
tentación de usar el audiovisual como martillo ideológico. Solo así se evitará que la
lucha por la democracia termine imponiendo una nueva forma de autoritarismo, ahora
disfrazada de celuloide patriótico. Solamente queda la oportunidad de pensar
críticamente, siendo nuestra vital herramienta ante la propaganda gubernamental que
procura ganar adeptos en tiempos electorales, usar la polarización y no el criterio de
pensar holísticamente.

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